La alegría en el seno familiar es una expresión concreta del amor de Dios. En el espíritu franciscano, que se caracteriza por la sencillez, el gozo, y el agradecimiento, la familia se convierte en un espacio privilegiado donde se cultiva y se vive la auténtica alegría del Evangelio.
La alegría familiar no depende de las circunstancias externas, sino de las relaciones genuinas que se tejen día a día. Es la sonrisa compartida en medio de las dificultades, el gesto de ternura que reconcilia, el tiempo dedicado sin prisas. En ella se refleja la presencia de Dios que anima, consuela y une.
Desde la mirada franciscana, la alegría es humilde y silenciosa; no busca protagonismo, sino que se manifiesta en lo cotidiano: en el compartir el pan, en el perdón sincero, en la oración común. Es la alegría que nace de saberse amado, acogido y acompañado por los demás miembros del hogar.
El Papa Francisco nos invitaba a “contagiar la alegría del Evangelio”, y ¿Qué mejor lugar para comenzar esa misión que la familia? Hogares que irradian paz, que celebran la vida, que reconocen la belleza de estar juntos —esos son hogares que evangelizan con su sola presencia.
La alegría vivida en familia es también resiliente. Nos enseña que aún en tiempos de crisis, la fe compartida y el apoyo mutuo pueden sostenernos. Y cuando esa alegría se alimenta de la espiritualidad franciscana, se convierte en testimonio del Reino de Dios, aquí y ahora.
Que este tercer encuentro sea ocasión para redescubrir esa alegría que nos fortalece y nos impulsa a seguir construyendo familias franciscanas llenas de luz y esperanza.